martes, 17 de febrero de 2009

Científicos mujer

En este artículo nos proponemos exponer las virtudes de tres científicos que a la vez fueron mujeres.

Toda selección es parcial y esta también lo será. El primer ejemplo lo tomamos de Historias de la Ciencia.

Marie Curie 1867-1934

Durante el siglo XX ha habido muchos científicos destacados. Es sorprendente que entre tanto hombre, uno de los que con más fuerza ha significado los valores de la ciencia y de la humanidad sea una mujer: Marie Curie. Marcó un hito en la historia de la ciencia y se ha convertido en el símbolo de la mujer científica por excelencia. Y la verdad, ha habido muchas mujeres con muchas dificultades para llegar a la notoriedad científica, pero dudo mucho que haya existido otra que haya tenido dificultades como las que tuvo Marie.

Su carácter, su pasión por investigar y su capacidad de trabajo y sacrificio están totalmente fuera de escala. Se codeó con los mejores científicos, incluidos Einstein y Rutherford. Y todos con los que estuvo en contacto, absolutamente todos, le tuvieron un gran respeto.

Cuando empezó la Primera Guerra Mundial Marie Curie se dio cuenta que no existían instalaciones radiológicas en los hospitales de campo. Los aparatos de rayos X eran casi desconocidos en el ámbito militar. A través de la Cruz Roja y la Unión de Mujeres de Francia, Marie instaló un aparato de Rayos X en un camión Renault con sus propias manos convirtiéndolo en la primera unidad móvil de Rayos X de la historia.

Llegó a equipar 20 coches (eran conocidos como los “petit Curie”), desde luego, no con la ayuda del ejército ni funcionarios, sino gracias a la población que contribuía cuanto podía. El cirujano se encerraba con ella en el cuarto oscuro mientras pasaban los soldados heridos uno tras otro y así durante horas, días… Supervisó la instalación de 200 salas de radiología. Mientras utilizaba esos aparatos aprendió mecánica para arreglar el coche y medicina. Y no penséis que se quedaba en la retaguardia: Marie era de las que iban al frente. De hecho, solía pelearse con los generales para poder llevar los coches hasta los hospitales del frente.

Historias de la ciencia.

La biografía que Eve Curie escribió de su madre -que mi madre me regaló cuando tenía diez años— fue el primer retrato de un científico que leí, y me dejó una profunda impresión. No se trataba de una árida enumeración de los logros de una vida, sino que estaba lleno de imágenes evocativas y conmovedoras: Marie Curie hundiendo las manos en los sacos de residuos de pechblenda, aún mezclado con las agujas de pino de la mina de Joachimsthal; inhalando vapores de ácidos en medio de cubas y crisoles humeantes, agitándolos con una vara de hierro casi tan alta como ella; transformando las grandes masas alquitranadas hasta obtener altos recipientes llenos de soluciones incoloras, más y más radiactivas, y haciendo otras aún más concentradas, en su cobertizo lleno de corrientes de aire, con el polvo y la arenilla colándose en las soluciones y destruyendo su ingente labor (Pag. 262).

"El tío Tungsteno" Oliver Sacks, Anagrama 2003

Henrietta Swan Leavitt 1868-1921

La suerte de Hubble fue llegar poco después de que una ingeniosa mujer llamada Henrietta Swan Leavitt hubiese ideado un medio de encontrar esas estrellas. Leavitt trabajaba en el Observatorio de Harvard College como calculadora, que era como se denominaba su trabajo. Los calculadores se pasan la vida estudiando placas fotográficas de estrellas y haciendo cálculos, de ahí el nombre. Era poco más que una tarea rutinaria con un nombre especial, pero era lo máximo que podían conseguir acercarse las mujeres a la astronomía real en Harvard (y, en realidad, en cualquier sitio) por aquel entonces. El sistema, aunque injusto, tenía ciertas ventajas inesperadas: significaba que la mitad de las mejores inteligencias disponibles se centraban en un trabajo que, de otro modo, no habría atraído demasiada atención reflexiva y garantizaba que las mujeres acabasen apreciando la delicada estructura del cosmos que no solían captar sus colegas masculinos.

Una calculadora de Harvard, Angie Jump Cannon, empleó su conocimiento repetitivo de las estrellas para idear un sistema de clasificaciones estelares tan práctico que sigue empleándose. La aportación de Leavitt fue todavía más importante. Se dio cuenta de que un tipo de estrella conocido como cefeida variable (por la constelación Cefeus, donde se identificó la primera) palpitaba con un ritmo regular, una especie de latido cardiaco estelar. Las cefeidas son muy raras, pero al menos una de ellas es bien conocida por la mayoría de la gente. La Estrella Polar es una cefeida.

Sabemos ahora que las cefeidas palpitan como lo hacen porque son estrellas viejas que ya han dejado atrás su «fase de secuencia principal», en la jerga de los astrónomos, y se han convertido en gigantes rojas. La química de las gigantes rojas es un poco pesada para nuestros propósitos aquí (exige una valoración de las propiedades de átomos de helio ionizados uno a uno, entre muchas otras cosas), pero dicho de una forma sencilla significa que queman el combustible que les queda de un modo que produce una iluminación y un apagado muy rítmicos y muy fiables. El mérito de Leavitt fue darse cuenta de que, comparando las magnitudes relativas de cefeidas en puntos distintos del cielo, se podía determinar dónde estaban unas respecto a otras. Se podían emplear como candelas tipo, una expresión que acuñó Leavitt y que sigue siendo de uso universal. El método sólo aportaba distancias relativas, no distancias absolutas, pero, a pesar de eso, era la primera vez que alguien había propuesto una forma viable de medir el universo a gran escala.

(Tal vez merezca la pena indicar que en la época en que Leavitt y Cannon estaban deduciendo las propiedades fundamentales del cosmos a partir de tenues manchas de estrellas lejanas en placas fotográficas, el astrónomo de Harvard William H. Pickering, que podía mirar cuantas veces quisiese por un telescopio de primera, estaba elaborando su trascendental teoría, según la cual, las manchas oscuras de la Luna estaban causadas por enjambres de insectos en su migración estacional.) (Pag. 162)

"Una breve historia de casi todo", Bill Bryson, RBA Libros, Barcelona 2006

Emmy Amalie Noether 1882-1935

Preste atención el lector a la siguiente cita: «En el reino del álgebra, en el que los mejores matemáticos han trabajado durante siglos, ella descubrió métodos que han probado su enorme importancia... La matemática pura es, a su manera, la poesía de las ideas lógicas... En este esfuerzo hacia la belleza lógica se descubren fórmulas espirituales necesarias para conseguir una penetración más profunda en las leyes de la naturaleza». El autor es nada menos que Albert Einstein y se refiere a Emmy Noether. Aparte del inmenso elogio que expresan las palabras anteriores, llamo al lector la atención sobre lo de profundizar en las leyes de la naturaleza. Porque precisamente eso fue lo que hizo Noether con su teorema, encontrar un sentido insospechado a la descripción del mundo.Veamos sin más rodeos quién fue esta insigne mujer.

El claustro de la Universidad de Erlangen, Baviera, tomó una resolución en 1898 que más que progresista bien podía tildarse de revolucionaria: admitiría a estudiantes mujeres. En el texto de la disposición se dejaba sentado el riesgo que suponía la medida de «destrozar todo orden académico», pero aun así, se consideraba conveniente dar el paso adelante y que fuera lo que Dios quisiera. Ahora bien, las muchachas a las que les diera por la extravagancia de ir a la universidad, tendrían que demostrar fehacientemente sus habilidades, contar con el permiso por escrito del profesor de la clase a la que quisieran asistir y, por descontado, no tendrían derecho a examen alguno: su estatus sería el de estudiantes libres oyentes y agradecidas. El curso 1899 contó con una matrícula de casi mil estudiantes, de los cuales sólo uno era mujer. Para mayor excentricidad, la mozuela estudiaba matemáticas. Se llamaba Emmy Amalie Noether y era judía, aunque al parecer poco practicante.

Emmy nació en el seno de una familia burguesa. Su padre era profesor de matemáticas en la universidad y su madre rica por parte de familia, patrón que el lector ya puede ir constatando que ha sido frecuente en los sabios antiguos. La muchacha era la mayor de varios hermanos y fue muy bien educada, pero en idiomas modernos, música, danza y cosas así. Siendo ya moza, se decantó por los idiomas, aunque lo de bailar siempre le entusiasmó. Pero antes de ser profesora de lenguas extranjeras, sintió inclinación por las matemáticas y le pidió a su padre que intentara que la universidad la admitiera. El padre lo consiguió de la manera que describimos antes, o sea, a trancas y barrancas. Allí fue dejando compañeros atónitos y envidiosos por doquier debido a su singular capacidad de comprensión de las matemáticas. En 1903 tuvo que irse a Nuremberg a examinarse y obtuvo la máxima calificación. Pasó un tiempo en Gotinga, cuna de la ciencia alemana de la época, porque allí no eran ni tan pacatos ni tan incompetentes como en Erlangen. Allí se encontraban nada menos que Hilbert, Klein y Minkowski, tres de los matemáticos del primer cuarto de siglo xx que más hicieron por la física, aunque en rigor debería decir que de la obra de esos tres fue de la que más se alimentó la física moderna.

Emmy Noether regresó a Erlangen y le permitieron hacer el doctorado, y más aún, la autorizaron a defenderlo y obtener el título, lo cual fue considerado escandaloso por buena parte del claustro.

El siguiente paso que osó dar la matemática locuela fue solicitar dar clases. Hasta ahí podía llegar el asunto. No sólo se lo denegaron, sino que ya podemos avanzar que Emmy Noether trabajó gratis casi toda su carrera, y cuando tuvo un salario, éste no es que fuera comparable al de los hombres, sino que podía ser considerado indigno La manera en que consiguió dar clases en Erlangen fue sustituyendo a su padre cuando estaba enfermo, lo cual ocurría tan a menudo que primero dijeron las malas lenguas que era para favorecer a su hija, y después que era debido a su evidente falta de competencia matemática en comparación con la de ella.

Uno de los aspectos de Emmy Noether que me gustaría destacar es que publicó bastante, pero muchísimo menos de lo que podría haber hecho, porque infinidad de artículos cuyos autores recibieron la idea central de ella, y mucho más que la idea, no los firmó. Había tres clases de autores que bebieron de las fuentes de Emmy: aquellos que trataban de convencerla de que firmara como coautora por sentido de la justicia o por darle lucimiento al artículo; los que simplemente la citaban en los agradecimientos, y los mezquinos, que no sólo no la mencionaban sino que ni siquiera hacían referencia a los trabajos de ella en los que se basaban.

Naturalmente, los matemáticos de casta sí que la apoyaron contra viento y marea; por ejemplo, Hilbert la quería tener en Gotinga y ante la furibunda oposición de algunos conservadores en un claustro, les espetó: «No veo por qué el sexo de la candidata es un argumento contra su nombramiento como docente. Después de todo, no somos un establecimiento de baños».

De la inmensa obra de Noether, en un buen porcentaje relacionada con el álgebra de ecuaciones y la teoría de grupos de Galois, vamos a destacar solamente su teorema. El grandioso teorema de Noether del que ya hemos anunciado que es un bello poema. Pido atención al lector, porque aunque parezca duro, lo disfrutará.

A cada transformación de simetría continua
que deja invariante un sistema físico
corresponde una magnitud conservada.(Pag. 155)

"Los hilos de Ariadna", Manuel Lozano Leyva, Debate 2007

2 comentarios:

María L dijo...

¡Vaya! ¿Y por qué no científicas?
A mí me parece incorrecto llamarle "científicos" a mujeres. No es cuestión de gustos.

Cándido dijo...

Tienes razón "Tecnoloxia" no es cuestión de gustos, es sólo por ir contracorriente.