miércoles, 16 de enero de 2008

Las sondas Voyager de la NASA

Las naves Voyager son dos sondas espaciales estadounidenses enviadas hacia los planetas exteriores del Sistema Solar. La Voyager 1 fue lanzada el 5 de septiembre de 1977 desde Cabo Cañaveral. Pasó por Júpiter en 1979 y por Saturno en 1980. La Voyager 2 fue enviada el 20 de agosto de 1977, pasando por Júpiter y Saturno para llegar a Urano en 1986 y Neptuno en 1989. La Voyager 2 es la única sonda que ha visitado estos dos planetas.

Trayectorias de las sonda Voyager.

Las sondas Voyager incorporan un generador termoeléctrico de radioisótopos (RTG) que, en un principio, generaba 470 watios de corriente continua a 30 voltios. Debido al agotamiento del combustible, a base de Plutonio, en la actualidad tan sólo proporciona 288 watios.

Instrumentos de las sondas Voyager.

A mediados de febrero de 1990, 22 años después de su lanzamiento, la Voyager I había recorrido 6.400 millones de kilómetros desde su salida de la Tierra. Dejó Neptuno y se dispuso a salir del Sistema Solar, allí, en el lugar más recóndito del sistema solar, recibió la orden de girarse y enfocar su cámara hacia la Tierra. El resultado fue 1 pixel azulado, iluminado por un haz de rayos solares y suspendido en el vacío; la Tierra.

La nave, pese a sus previsiones de vida, sigue actualmente viajando hacia lo desconocido a 17 Km por segundo. Ahora se encuentra a mayor distancia de Plutón que la que hay desde Plutón a La Tierra. Se prevé que continué emitiendo señales hasta el año 2020.


El astrónomo Carl Sagan describió, como sigue, esta fotografía, conocida como “Pale Blue Dot“, (Un punto azul pálido) nombre que a su vez se convirtió en el título de uno de sus libros:

“Tuvimos éxito en tomar esta fotografía, y al verla, ves un punto. Eso es aquí. Eso es casa. Eso es nosotros. Sobre él, todo aquel que amas, todo aquel que conoces, todo aquel del que has oído hablar, cada ser humano que existió, vivió sus vidas. La suma de nuestra alegría y sufrimiento, miles de confiadas religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada esperanzado niño, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol.

La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades visitadas por los habitantes de una esquina de ese pixel para los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina; lo frecuente de sus incomprensiones, lo ávidos de matarse unos a otros, lo ferviente de su odio. Nuestras posturas, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el Universo, son desafiadas por este punto de luz pálida.

Nuestro planeta es una mota solitaria de luz en la gran envolvente oscuridad cósmica. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay ni un indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos.

Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad y construcción de carácter. Quizá no hay mejor demostración de la tontería de los prejuicios humanos que esta imagen distante de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amablemente, y de preservar el pálido punto azul, el único hogar que jamás hemos conocido.”

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